Hay elementos conceptuales del modelo burocrático que encajan a la perfección con la filosofía y funciones de la Administración pública. Una parte del modelo burocrático no se puede soslayar si se quiere evitar caer en la discrecionalidad, el clientelismo y la inseguridad jurídica e institucional. Las administraciones públicas del futuro no pueden afrontar con el modelo burocrá-tico sus retos de futuro, en un contexto de gobernanza compleja y con un posible incremento de sus competencias. El modelo burocrático es rígido y poco acorde con las necesidades de gestión de los servicios públicos, de operar en red y con sofisticados sistemas tecnológicos. Hace falta introducir en los ámbitos de gestión pública un modelo empresarial ordenado. Ambos modelos pueden convivir si se definen claramente sus perímetros organizati-vos y se establecen las pautas de relación entre ambos. Sería un complejo sistema de equilibrios pero que podría funcionar en la práctica. El actual modelo de Administración pública es un monstruo ecléctico en el que su base es el modelo burocrático mal implementado, al que se han añadido piezas del modelo gerencial y piezas del modelo de gobernanza. Entre estos tres modelos, que conviven de forma caótica, reaparece entre sus resquicios el antiguo modelo clientelar. El clientelismo es muy resistente, ya que es la forma natural de organización humana, y aprovecha los momentos de crisis o la falta de consistencia de los modelos para renacer. En estas condiciones afirmar que la Administración pública actual posee un modelo burocrático es una impostura ya que su diseño responde a tensiones conceptuales tan diversas que no atesora realmente ningún modelo sólido y solvente.